martes, 3 de junio de 2014


No puede analizarse el tema sin reconocer la existencia de la pintura o las perforaciones en el cuerpo como un hecho histórico que se arraigó a la cultura occidental en 1771, antes de ello, registros arqueológicos constatan la existencia de momias egipcias intervenidas en la parte pélvica baja, para embellecer el cuerpo y darle más estatus. 




Aunque la valoración del tatuaje en occidente no fue similar a la egipcia, tomó un valor simbólico preponderante para los marineros, pues eran ellos, con valor y astucia; los que lucían en sus brazos imágenes concernientes a la permanencia en la marina.  

Más adelante, diferentes comunidades en el mundo optaron por las perforaciones y los tatuajes como rituales de iniciación, gestos de maduración, prácticas mágicas o religiosas e incluso, como castigos a crímenes cometidos. Ejemplo de ello es Japón, donde el Emperador Matsuhito prohibió estas intervenciones para no dar la impresión del salvajismo de occidente. 

En América ya se conocían estas prácticas, pero se masificaron solo hasta que el primer estudio fue abierto en 1870 en New York por un inmigrante alemán llamado Martin Hildebrant. 

Además de Hildebrant, el inventor de la máquina para tatuar, Samuel O’Reilly; y otros tatuadores residentes en ciudades occidentales, lograron popularizar las modificaciones corporales como una expresión juvenil aborrecida por los adultos. 



El paso de los años demuestra que el valor simbólico de las intervenciones perdió sentido, pues al llegar al siglo XX su función pasó de ser cultural, a una muestra de individaulidad. La razón apunta a que las modificaciones ya no responden a un vínculo social que identifica a las personas de una comunidad con tradiciones propias, como la celebración de los 15 años para hacer referencia de la transición de niña a mujer, o de los collares en el cuello de las mujeres tailandesas, sino que se reviste de un carácter histórico personal. 

Según la psicóloga Sandra Sierra, “la misma cultura termina careciendo de esos ritos de paso para situar a las personas dentro de la comunidad. Es por eso que les toca inventar otras formas, como las marcas en el cuerpo, para reconocerse a sí mismos y para estar en la mirada del otro”. 




Asimismo, Sandra asegura que el cuerpo intervenido, como atuendo de cada sujeto, cuenta una historia singular, porque resulta ser el retrato de la vida añadido a la piel a través de técnicas ofrecidas por la misma sociedad. 

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