martes, 3 de junio de 2014

16 cirugías para ser Superman


Un joven filipino cambió drásticamente su apariencia con cirugías plásticas debido a su obsesión con el hombre de acero. 



Manila. Desde 1995, el joven filipino Herbert Chávez ha pasado por el quirófano en numerosas ocasiones para parecerse a su héroe favorito, Superman. Se ha operado de todo lo que ha sido necesario: desde el aumento del mentón hasta los implantes de caderas.

Chávez, de 35 años, también se ha hecho una rinoplastia y se ha puesto silicona en los labios para hacerlos más gruesos y carnosos, según publica el diario Daily Mail.



Pero la obsesión de este joven por Superman va más allá. Tiene una impresionante colección de productos del hombre de acero. Su casa de la ciudad de Calamaba, al sur de Manila, está llena de estatuas a tamaño natural del héroe, figuras de acción, ropa, comic y carteles.



Un psicólogo le ha diagnosticado un trastorno dismórfico corporal, es decir, que tiene obsesión con hacer cambios estéticos en su cuerpo.

Vigorexia

Estamos viviendo una época en la que la belleza ya no solamente se asocia con delgadez, sino también con juventud.


Mente sana en cuerpo sano significa equilibrio. Pero, ¿qué pasa cuando  de los dos elementos se sale de control? Cuando una persona decide dejar a un lado actividades de su vida cotidiana para hacer ejercicio, es probable que sufra vigorexia, conducta en la que se ejercita en exceso.
Quienes desarrollan este trastorno son personas que fueron extremadamente delgadas u obesas, o bien, que han pasado por algún trastorno alimenticio como la bulimia, anorexia u ortorexia -el conteo extremo de las calorías de cada alimento antes de comerlo-, explica Fabiola Sánchez Álvarez, maestra en Terapia familiar Sistémica.
Quienes viven con vigorexia piensan todo el tiempo en cómo compensar con el ejercicio lo que creen que se comieron de más y pierden el interés por tener momentos de recreación por pensar en el entrenamiento, afirma la especialista.
Además, cuando la persona no sigue al pie de la letra su rutina cae en episodios de ansiedad, frustración y enojo.
"Casi todos los trastornos alimenticios o de este tipo que se dan a partir de situaciones de alimentación y de extremo en movimiento de los pacientes, tienen que ver con una necesidad de aceptación, de verme mejor, de sentirme seguro ante el medio que me rodea, todo el tiempo estoy sintiendo que me observan", indica Sánchez Álvarez.
Erróneamente, estas personas creen que haciendo más ejercicio tendrán mejores resultados, cuando en realidad lo que están haciendo es poner en riesgo su salud, pues es común que los vigoréxicos no coman adecuadamente y utilicen mucha más energía de la que consumieron en los alimentos.
"Lo que he visto en algunas personas (vigoréxicas), es que ellas deciden eliminar los carbohidratos (...), todo lo que piensen que puede engordar", enfatiza la psicoterapeuta.
Las características de quienes padecen este trastorno es que son personas que se aislan, con pensamientos autodestructivos, que no duermen bien porque llegan a generar trastornos de sueño, con tendencia a deprimirse y que con el paso del tiempo pueden desarrollar problemas de corazón o riñón, detalla.
Para la familia y el círculo de amigos es difícil identificar que existe un problema con ellos, pues suele vérseles como personas saludables que se cuidan a través del ejercicio, agrega.
"La vigorexia es un trastorno silencioso, imperceptible para algunas personas", refiere.
"Personas que nos dedicamos al área de la salud, nutriólogos, psicólogos, médicos, podemos notar una conducta extraña, un extremo del comer bien y hacer ejercicio y ser una persona saludable, contra alguien que ni siquiera te le puedes acercar mientras entrena porque siente que tu distracción provoca que ellos no rindan lo suficiente".

Si no hay significación compartida, no es manifestación cultural. Puede denominarse expresión del sujeto o incluso podría trascender según la mirada que se tenga de un grupo de personas con rituales comunes de identidad. 



Sin embargo, para comprender mejor el sentido de las marcaciones en el cuerpo Sandra Sierra propone puntos diferentes desde los cuales se analiza las intervenciones tanto a nivel individual, como social.

“Podríamos hablar de las funciones que cumple el tatuaje empezando por lo que la persona hace porque la cultura no le provee, pasando por la construcción del cuerpo para presentarse al otro con las marcas y en busca de reivindicar la singularidad; también como una forma de memoria para escribir la historia de vida en el cuerpo, como un asunto adictivo o masoquista; y por último, pero no menos complejo, por identificación con un grupo social”. 


Si bien cada caso tiene su particularidad, estas visiones enriquecen la percepción de esta práctica que se hace más común todos los días. Hoy, la población está encarnada en el afán del capitalismo, está sumergida en las dinámicas de la moda y tal vez no encuentra sentido, en algunos casos, sobre la trascendencia de intervenir el cuerpo. 




Por ahora, las marcaciones son resultado de la tendencia del mercado, pero no carecen de significado para quienes las realizan pues solo para cada uno tiene un valor especial, una historia que contar, una intención de utilizar el cuerpo como instrumento estético o como obra de arte.   

No puede analizarse el tema sin reconocer la existencia de la pintura o las perforaciones en el cuerpo como un hecho histórico que se arraigó a la cultura occidental en 1771, antes de ello, registros arqueológicos constatan la existencia de momias egipcias intervenidas en la parte pélvica baja, para embellecer el cuerpo y darle más estatus. 




Aunque la valoración del tatuaje en occidente no fue similar a la egipcia, tomó un valor simbólico preponderante para los marineros, pues eran ellos, con valor y astucia; los que lucían en sus brazos imágenes concernientes a la permanencia en la marina.  

Más adelante, diferentes comunidades en el mundo optaron por las perforaciones y los tatuajes como rituales de iniciación, gestos de maduración, prácticas mágicas o religiosas e incluso, como castigos a crímenes cometidos. Ejemplo de ello es Japón, donde el Emperador Matsuhito prohibió estas intervenciones para no dar la impresión del salvajismo de occidente. 

En América ya se conocían estas prácticas, pero se masificaron solo hasta que el primer estudio fue abierto en 1870 en New York por un inmigrante alemán llamado Martin Hildebrant. 

Además de Hildebrant, el inventor de la máquina para tatuar, Samuel O’Reilly; y otros tatuadores residentes en ciudades occidentales, lograron popularizar las modificaciones corporales como una expresión juvenil aborrecida por los adultos. 



El paso de los años demuestra que el valor simbólico de las intervenciones perdió sentido, pues al llegar al siglo XX su función pasó de ser cultural, a una muestra de individaulidad. La razón apunta a que las modificaciones ya no responden a un vínculo social que identifica a las personas de una comunidad con tradiciones propias, como la celebración de los 15 años para hacer referencia de la transición de niña a mujer, o de los collares en el cuello de las mujeres tailandesas, sino que se reviste de un carácter histórico personal. 

Según la psicóloga Sandra Sierra, “la misma cultura termina careciendo de esos ritos de paso para situar a las personas dentro de la comunidad. Es por eso que les toca inventar otras formas, como las marcas en el cuerpo, para reconocerse a sí mismos y para estar en la mirada del otro”. 




Asimismo, Sandra asegura que el cuerpo intervenido, como atuendo de cada sujeto, cuenta una historia singular, porque resulta ser el retrato de la vida añadido a la piel a través de técnicas ofrecidas por la misma sociedad. 

El cuerpo siembre ha tenido usos a través de la historia. Su misma concepción ahora parece dirigirse a definirlo como un atuendo personal para resaltar ciertas modificaciones irreversibles, pero que singularizan al individuo.




Sin bien en un punto de la historia resultaban inquietantes, las modificaciones corporales ya no son ajenas a ningún ser humano, no son marginadas, ni mucho menos satanizadas por considerarse inmorales o incorrectas para la sociedad. Por lo contrario, continúan consolidándose en nuevas generaciones con perspectivas de vida diferente y poco arraigadas a las manifestaciones culturales de una comunidad, a las mismas expresiones que alguna vez respondían a elementos simbólicos propios de una tradición.


Hoy existen dos bandos, dos posiciones desde donde se debaten las intervenciones en el cuerpo como una expresión emergente de la cultura o como un hito de la moda que tiende a esfumarse. 

lunes, 2 de junio de 2014

modificaciones extremas

La mujer vampiro




Se llama María José Cisternas, tiene 35 años, y es de Guadalajara.  Su idea de hacerle a su cuerpo una transformación extrema surgió a raíz de ser maltratada por su esposo. Es abogada, pero al decidir reiniciar su vida cambió de profesión a tatuadora.

La mujer gato



Esta mujer es Jocelyn Wildenstein, una millonaria suiza que ha gastado alrededor de tres millones de euros en cirugías plásticas, con el objetivo de tener la atención de su esposo, quien amaba a los gatos. Jocelyn decidió transformar su cara y darle rasgos felinos, a ver si así recuperaba a su marido. ¿Lo peor de la historia? Lo logró.

El hombre lagarto


Erik Sprague tiene de 39 años, es un músico, comediante y artista circense que vive en Texas. Su transformación en Lizardman surgió de una mezcla de pasión por el performance, y algunos principios de Ludwig Wittgenstein. Este autor decía que todo comparte cierta familiaridad, y eso fue lo que motivó a Lizardman a ser diferente por medio de medio de modificaciones permanentes. Decidió convertirse en un reptil porque considera que es algo que le va a gustar por el resto de su vida.

La Barbie vivente




Sarah Burge, inglesa de 50 años, es otra mujer traumada tras un divorcio, como casi todas las de esta lista. Es la mujer con más cirugías en todo el mundo. Su objetivo es parecer Barbie, y le ha costado alrededor de cien cirugías. Entre sus locuras, le ha puesto Botox a su hija de 16, y le enseñó a bailar tubo a su hija de 7.


El hombre de los brazos explosivos



Gregg Valentino, de 50 años,  es un fisicoculturista que empezó a usar anabólicos a los 36 años. A pesar de que ya estaba mamey, no le bastó y comenzó a inyectarse sintol, un aceite que da volumen a los músculos, pero no fuerza. Valentino empezó a consumir cada vez más esteroides y a hacer más ejercicio, al grado de que sus bíceps eran más grandes que su cabeza. Un día, estos músculos no aguantaron más y explotaron. El fisicoculturista fue internado en el hospital, donde le arreglaron los brazos y se los dejaron de un tamaño más decente. 


Para muchos modificar su cuerpo va más allá de una moda o un estilo de vida.

Muchas personas dirían que el cuerpo es un templo sagrado, aunque por naturaleza utilizamos el cuerpo para identificarse  y distinguirse, algunos se atreven a transformarlo con operaciones y técnicas dolorosas y extremas, a lo que nos preguntamos qué tan lejos se puede llegar con tal de marcar la diferencia.



La modificación corporal ha sido parte de ritos culturales propios de cada civilización, hay muchos países que vieron nacer culturas las cueles implementaban varias técnicas de modificación corporal como el tatuaje y las expansiones, sin embargo en el mundo moderno surgen como una simple moda, hombre y mujeres desafían las normas para cambiar su apariencia y así lucir diferentes, sabiendo que en algunos casos estos cambios son irreversibles, para cuerpo modificado, tatuado o escarificado hay un artista detrás.